Tapachula, Chiapas. Con el folklore que caracteriza a esta festividad mexicana, se llevó a cabo la ofrenda conformada por velas y veladoras, papel picado, calaveritas, fruta, flores de cempasúchil, la Catrina chiapaneca y por supuesto, pan de muerto, comida y bebidas favoritas de nuestros fieles difuntos.
La vida y la muerte son un misterio que las diversas culturas del mundo han abordado, cada una, a su manera. El Día de Muertos es un claro ejemplo de sincretismo, de la fusión de dos culturas: la mesoamericana y la tradición católica llevada a México por los españoles en el siglo XVI, por lo que comparte tanto raíces prehispánicas como occidentales, entrelaza la diversidad de imaginarios de ambas cosmovisiones y se ha convertido en uno de los rasgos esenciales de nuestra identidad.
Se trata de una celebración ancestral, una tradición que simboliza el encuentro entre los vivos y sus seres queridos ya fallecidos.
Durante esta celebración, la tristeza y la nostalgia se convierten en gozo, recuerdo, cariño, memoria y reconciliación en torno a nuestros seres queridos; una actitud que explora el vasto territorio de lo insondable prefiriendo el movimiento y la luz sobre lo oscuro y lo yerto. De esta manera, honramos a nuestros antepasados y amigos fallecidos de una manera colorida, festiva y amorosa.
Con este altar tradicional montado en las instalaciones del edificio “A” de la institución, representamos todo aquello que nos une como comunidad a través de nuestras tradiciones, entre flores, colores, sabores y olores, recordamos a quienes ya no están; honramos con ello la memoria de estudiantes, personal fundador, personal docente y administrativo que contribuyeron en el desarrollo de nuestro Instituto.